Por Luis Bilbao
Con el apoyo del Alba y el respaldo de los pueblos latinoamericanosEcuador y su presidente, Rafael Correa, han asumido una decisión que ubica a este país en un lugar sobresaliente del devenir histórico. Signo de los tiempos, los miembros del Alba acudieron sin demora a respaldar esa decisión y compartir responsabilidades y consecuencias.
Compelido por la crisis que lo corroe, el capitalismo acelera por el camino de la destrucción de todo lo positivo y reivindicable que este sistema legó a la humanidad. Gran Bretaña, cuna de los derechos y garantías que el mundo burgués forjó en lucha contra el feudalismo, los niega hoy al atacar la libertad de expresión y sepultar el derecho internacional.
Con el legítimo y merecido asilo político a Julian Assange, fundador del portal Weakileaks, Ecuador asume la negación de la negación. Por vía de una práctica consecuente y valiente, prueba la validez teórica de una de las leyes de la lógica dialéctica.
Es sabido que el gobierno inglés amenazó con asaltar la embajada ecuatoriana en Londres para atrapar a Assange. El canciller Ricardo Patiño calificó esta advertencia como hecho “ofensivo”, que “agrede manifiestamente a Ecuador”. De inmediato se conoció la respuesta de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), que se solidarizó con la República de Ecuador y advirtió sin eufemismos a Londres “sobre las graves consecuencias que la ejecución de sus amenazas tendría para las relaciones con nuestros países”.
He allí, plantados frente a frente ante la historia, el imperialismo y su negación, que en su accionar rescata un acervo acumulado por siglos de lucha de clases y los proyecta hacia un nuevo mundo.
Esto es lo que está bajo la superficie del conflicto diplomático que en pocas horas convulsionó a las cancillerías de todo el planeta: un pequeño país subdesarrollado, enfrentándose con la altanería imperial del Foreign Office. Aunque, de hecho, la inconcebible amenaza de invadir la embajada ecuatoriana en Londres fue una exigencia de Estados Unidos, mansa e irreflexivamente asumida por el león desdentado.
La Casa Blanca pretende tener en sus manos a Assange para hacerle pagar el inmenso ridículo, el golpe durísimo a su diplomacia del garrote, asestado mediante la difusión de cientos de miles de cables secretos del Departamento de Estado. Washington califica esto como crimen pasible de condena a muerte.
El entramado de la acusación incluye a Suecia, país con honrosa historia de defensa a los perseguidos políticos, que en su decadencia se presta a acusar a Assange por un supuesto delito sexual. Suecia es ahora el puente necesario para extraditar al acusado a Estados Unidos.
Un sistema que muere, otro que está naciendo
Imposible separar este episodio del contexto de crisis sistémica global en el que sucede. La filtración de cientos de miles de documentos secretos del Departamento de Estado, en los cuales los embajadores revelan sus contactos en cada país y califican sin maquillaje diplomático a gobiernos, políticos y sindicalistas con los que tratan habitualmente, no se produjo por la genialidad de un grupo de hackers. El debilitamiento del sistema afloja los mecanismos y conductas del gigantesco aparato diplomático imperial. Las labores de inteligencia se facilitan. En este caso, oportunamente derivadas explotaron en el mundo por internet y golpearon el centro vital del imperialismo estadounidense.
Assange actuó aquí como periodista, como mero transmisor de documentos valiosísimos, no por acaso comprados a precio de oro por los principales diarios del mundo. Pero como Washington no puede contragolpear sobre quienes vulneraron su sistema, quiere hacerle pagar a Assange la humillación sufrida, porque es obligado advertir a todos sus funcionarios hasta dónde está dispuesto a llegar para evitar la desarticulación de su segunda más importante herramienta para la dominación mundial.
No hay duda que el propósito era llevar a Assange de Suecia a Estados Unidos, juzgarlo por traición y condenarlo a la pena capital. Prueba de esto es el caso Bradley Manning, soldado estadounidense analista de inteligencia, acusado por haber filtrado videos y documentos a Wikileaks, quien fue acusado y detenido por el Pentágono y ahora espera un juicio cuyo desenlace lineal sería la pena de muerte.
Hay, por tanto, un contenido inmediato de elevada significación concreta en la decisión de Ecuador, acompañada por el Alba y posteriormente avalada en lo esencial por la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). No obstante, el contenido de la firmeza mostrada en el Palacio de Carondelet trasciende el caso en sí. En medio de las convulsiones provocadas en el mundo desarrollado por el resquebrajamiento estructural del capitalismo, como parte del conjunto de países del Alba que enarbolan la estrategia de socialismo del siglo XXI, Ecuador se levanta frente a la comprobación de que las garantías democráticas y los derechos civiles ya no pueden ser sustentadas por el capital en la etapa histórica que marcha hacia la sepultura.
Frente único mundial
Para encubrir su conducta, el Reino Unido ha tratado de argüir que no reconoce legalmente el asilo diplomático (al igual que Estados Unidos, que no firmó la Convención de 1954 de la OEA sobre esta garantía). Lo cierto es que sí está comprometido con la Convención de Viena acerca del Estatuto del Refugiado, donde se establece sin ambigüedad el derecho a refugio a toda persona que tenga: “fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas y se encuentre fuera del país de su nacionalidad”.
Vericuetos del Derecho Internacional aparte, es claro que en este episodio se libra una batalla trascendental -y a la vez simbólica- en la cual el imperialismo defiende con uñas y dientes su supervivencia y las fuerzas de la revolución desafían una correlación de fuerzas sociales a escala mundial.
Todo indica que los caballeros del Foreign Office, arrastrados por la contumacia yanqui, han puesto el pie en el lazo: no pueden atacar la embajada ecuatoriana sin provocar un escándalo mundial de imprevisibles derivaciones. Es el momento de apretar el nudo y reunir fuerzas.
Esa tarea comenzó en Guayaquil (otro símbolo de extraordinaria potencia: el lugar del encuentro entre Bolívar y San Martín), con la contundente declaración del Alba, seguida un día después por el respaldo de Unasur. La próxima etapa es la OEA, el viernes 24, donde quedará claro el papel de este moribundo instrumento del imperio. De allí en adelante, habrá que sumar fuerza de masas juveniles y trabajadoras en todo el mundo.
Con el Alba a la cabeza, los indignados del mundo pueden sumarse a una batalla para que el refugiado pueda viajar a Ecuador. Es una batalla democrática trascendental, que mostrará al mundo que los valores negados por el imperialismo sólo podrá afirmarlos la revolución, negando al capitalismo.
Caracas, 20 de agosto 2012
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